TOKIO 2020

Por: Marcos Daniel Pineda García

Nunca olvidaré aquel 5 de agosto de 1992, cuando aún era un joven de 15 años de edad, y vi por primera vez en mi vida a una colombiana obtener una medalla olímpica. El nombre de Ximena Restrepo, quien acababa de ganar bronce en la prueba de los 400 metros retumbaba en el televisor de la casa, donde junto a mi padre saltábamos de emoción, con la esperanza que nuestros gritos viajaran de Montería a Barcelona, sede de los juegos en aquel año histórico para el deporte colombiano.

Más tarde, siendo ya un universitario, pudimos saborear al fin una medalla de oro, gracias a nuestra legendaria María Isabel Urrutia, quien se coronó campeona de halterofilia en la categoría de los 76 kilogramos. Sidney 2000, fue el escenario de tal proeza, y fue quizá en ese momento cuando entendí la magnitud de lo que representa para el mundo, el que sin duda es el evento deportivo más importante del planeta.

Sin demeritar el Mundial de Fútbol, del que soy fanático, las olimpiadas traen el misticismo único de la historia en los orígenes de la civilización, cuando apenas transcurría el siglo V a.C. y cada 4 años los estados griegos entraban en tregua para entregarse a la celebración deportiva, en honor al dios Zeus.

Detrás de cada deportista, hay un esfuerzo inimaginable, horas de entrenamiento, lesiones, que pueden acabar carreras y toda una historia de vida.

Cómo olvidar a nuestra campeona, la judoca Yuri Alvear, a quien le tocó salir a las calles vallecaucanas a vender empanadas para costear su viaje a las Olimpiadas de Londres 2012; de regreso trajo consigo el bronce olímpico. Como ella, miles de deportistas a lo largo de nuestra historia han pasado por lo mismo.

Todo esto con miras a alcanzar un cupo olímpico para el que deben luchar por cuatro años, lo cual ya es un logro extremadamente difícil y por el que se merecen el respeto de todo el país.

No obstante, es válido preguntarse qué pasó en las recientes olimpiadas, recordando que en Londres 2012 y Río 2016, los colombianos obtuvieron 9 y 8 preseas respectivamente, mientras que al cierre de esta columna, apenas se habían obtenido 5.

Vale la pena llamar a la reflexión al Ministerio del Deporte, al Comité Olímpico Colombiano y las federaciones, para que trabajen conjunta y decididamente en los procesos de formación, siguiendo el ejemplo de países como Italia, Gran Bretaña o Australia, entre otros, que mostraron un progreso muy significativo en las recientes justas.

Es hora de dar a nuestros deportistas el estatus que se merecen, que la creación en buena hora del ministerio, se vea reflejada en mayor inversión para el deporte y que esto redunde en lo local y lo regional, en la búsqueda de talentos y el fortalecimiento de las diferentes disciplinas, para que el camino de la gloria sea en curva ascendente y no descendente. Que cada cuatro años, sean más las preseas alcanzadas.

Por lo pronto, no queda más que agradecer a cada uno de los 70 atletas que nos representaron en Tokio, en especial a Luis Javier Mosquera, Mariana Pajón, Anthony Zambrano, Sandra Arenas y Carlos Ramírez, medallistas cuyo nombre quedará grabado por siempre en nuestra historia.

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