*CONECTADOS CON LO IMPORTANTE *
Por: Marcos Daniel Pineda García
Bastaron algunas horas sin Facebook, Instagram y WhatsApp, para que el pasado lunes muchos entraran en crisis. No faltaron los que llevaron sus celulares a revisión técnica o llamaron a sus operadores a reclamar, antes de enterarse que se trataba de una falla global.
En los años 70, cuando el cantante brasilero Roberto Carlos lanzó su éxito titulado “Yo solo quiero”, cuyo estribillo describía el deseo de tener ¡un millón de amigos!, no imaginamos que décadas más tarde, dicho anhelo podría hacerse realidad.
Con el auge de internet en los años 90, palabras como navegar o conexión tomaron nuevas dimensiones, ya que con solo hacer un click podíamos acceder a un nuevo universo. Los correos electrónicos abrieron la posibilidad de contactar personas de manera casi instantánea, ya fuera al otro lado de la ciudad, del país o del mundo, sin gastar una fortuna en la cuenta telefónica.
Pero este era apenas el comienzo, pues fue hasta 2004 con la aparición de Facebook, cuando las palabras amigos y millón, lograron integrarse coherentemente en una frase, sin que pareciera la fantasía de un cantante soñador.
Paralelo a la revolución de la comunicación en línea y el afán de permanecer conectados, la telefonía móvil logró agregar internet a los dispositivos de bolsillo, esto nos liberó de los computadores de escritorio, para permitirnos interactuar desde cualquier rincón del planeta, con nuestro amigo en Bogotá y compartir con él la foto tomada unos segundos antes por nuestra amiga, desde Central Park en Nueva York.
Son logros maravillosos de la humanidad, que han transformado la manera de vivir y de ver al mundo. Lo que nunca advertimos fueron las consecuencias que esto traería a nuestro propio entorno, uno en el que ni siquiera siete mil millones de amigos podrían ser más importantes que ese pequeño, pero valioso tesoro llamado hogar.
Aunque confieso, también me dejé afectar por la situación, me tomó poco tiempo darme cuenta que ese día disfruté aun más sentarme a la mesa con mis hijas, echar cuento con mi esposa, hablar cara a cara con varios amigos y hasta admirar las cosas más simples de la vida, sin mantener el cuello en posición de 90 grados, con los ojos pegados a una diminuta pantalla.
Sería errado decir que la tecnología nos hace daño y censurar su uso como ocurre en algunos países. Sin embargo, no estaría de más un poco de autorregulación, establecer reglas en el hogar respecto al uso de las redes sociales, dar ejemplo de ello a nuestros hijos y nunca perder el contacto humano. Recordar que vale más un abrazo que una reacción, que mil likes nunca igualarán el hacerle saber a los que queremos, que estamos orgullosos de ellos y que un corazoncito de “Me encanta”, jamás alegrará el alma, tanto como una expresión de amor acompañada de una sonrisa y una mirada sincera.
Puede que suene contradictorio, pero tal vez es momento de desconectarnos un poco, para reconectarnos con quienes más nos importan y con nosotros mismos.